20 febrero 2008

Desolación

Poblada soledad;
oleo de Alberto Pancorbo;
sacado de aquí


Poco a poco fue despertando y lo primero que vio fue su rostro, que lo miraba dentro del marco, encima de la cómoda.

Abrió de pronto los ojos y la llamó. Gritó y solo obtuvo el silencio por respuesta. Clamó, lloró, desesperó, pero nadie había para consolarle.

En ese estado de sobrecogimiento por fin se dio cuenta.

Jamás la volvería a ver.

Nunca volvería a estrecharla entre sus brazos, a susurrarle al oído, a besar sus labios.

El gran silencio lo rodeó, llenándolo de desesperanza.

Dentro de su gran estupor salió de la casa y caminó.

Entro en un bar y luego en otro y otro más.

Deambuló por avenidas y calles, por callejones de mala muerte, sin rumbo fijo, deteniéndose en antros cada vez más miserables, pero no más que su propia existencia.

Empezó a llover. La lluvia empezó a empaparle y descubrió otro antro acorde a su miserable vida.

Con una copa dentro y otra mediada enfrente de él, empezó a salir del estupor que le había embriagado desde que se despertó aquella mañana.
Ahora tenía que pensar que iba a hacer. Pagó, cogió un taxi y le dio su dirección al taxista.

Entro en la casa. Leyó la nota en que ella le decía que volvería a por sus cosas.
Se dirigió al escritorio, abrió el cajón y, con un solo movimiento de dedo, termino con todo.


Cuando ella llego a la casa, cargada con cajas donde guardar sus cosas, la mancha de sangre ya llegaba hasta el pasillo.

1 comentario:

vi dijo...

se nota que la musa ha vuelto... y de qué manera!! sobrecogedor (...vamos en tu línea)