oleo de Alberto Pancorbo;
sacado de aquí
Poco a poco fue despertando y lo primero que vio fue su rostro, que lo miraba dentro del marco, encima de la cómoda.
Abrió de pronto los ojos y la llamó. Gritó y solo obtuvo el silencio por respuesta. Clamó, lloró, desesperó, pero nadie había para consolarle.
En ese estado de sobrecogimiento por fin se dio cuenta.
Jamás la volvería a ver.
Nunca volvería a estrecharla entre sus brazos, a susurrarle al oído, a besar sus labios.
El gran silencio lo rodeó, llenándolo de desesperanza.
Dentro de su gran estupor salió de la casa y caminó.
Entro en un bar y luego en otro y otro más.
Deambuló por avenidas y calles, por callejones de mala muerte, sin rumbo fijo, deteniéndose en antros cada vez más miserables, pero no más que su propia existencia.
Empezó a llover. La lluvia empezó a empaparle y descubrió otro antro acorde a su miserable vida.
Con una copa dentro y otra mediada enfrente de él, empezó a salir del estupor que le había embriagado desde que se despertó aquella mañana.
Ahora tenía que pensar que iba a hacer. Pagó, cogió un taxi y le dio su dirección al taxista.
Entro en la casa. Leyó la nota en que ella le decía que volvería a por sus cosas.
Se dirigió al escritorio, abrió el cajón y, con un solo movimiento de dedo, termino con todo.
Cuando ella llego a la casa, cargada con cajas donde guardar sus cosas, la mancha de sangre ya llegaba hasta el pasillo.
1 comentario:
se nota que la musa ha vuelto... y de qué manera!! sobrecogedor (...vamos en tu línea)
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