01 abril 2008

¡Mierda!


En el silencio de la noche se oyó un sollozo.

Abrió los ojos incrédula. No podía ser. Estaba sola en aquella casa.

Cerró los ojos, se tapo hasta los ojos con el edredón e intentó volver a conciliar el sueño.

De pronto, el silencio volvió a romperse, sonaba el teléfono.

Se levantó mascullando algo, acordándose de la madre de alguien. Entró en el comedor, ¡Mierda! Acababa de clavarse la esquina de la mesita. Hasta las narices de la casa, aun nueva, aun por conocer, descolgó el teléfono. Silencio. “Diga”. Silencio.
Mascullando volvió al cuarto, se metió en la cama, se tapó hasta los ojos, intentó…

Pop, pop, pop… ¿desde cuándo había un grifo que goteaba?

Volvió a levantarse, pero, esta vez, el dolor de la espinilla le recordó que encendiera la luz.
Fue al baño, pero no era de ahí, fue a la cocina y tampoco. ¡Mierda! ¿Qué coño estaba pasando?
Volvió al baño, abrió el armarito y se hizo un par de bolitas con el algodón. Se las metió en las orejas.

Volvió al cuarto, se metió en la cama, se tapó hasta los ojos, intentó conciliar el sueño. Empezó a caer, la mente en blanco, más profundo, más oscuro…
Una mano se posó en su cintura y empezó a bajar. Se estremeció entre las sabanas. La mano siguió bajando, se adentró entre las piernas que, dentro del sueño, ella abrió.

Abrió los ojos como platos. ¡Joder! Mierda de noche. Empezó a asustarse, se quito los algodones y volvió a oír un sollozo.

Definitivamente, esa noche no iba a poder dormir. Encendió la luz y alargo la mano hacía el tabaco. ¿Dónde estaba el tabaco?
La mesita vacía, ni el tabaco, ni el mechero, ni el libro del que había leído un trozo antes de intentar dormirse.

“¡Mierda de noche, mierda de casa, mierda de cambios!
¿Me estaré volviendo loca?”

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