04 mayo 2007

Soledad Primera

Juan Lluna, Ermita de Chelva

Voy a poner una seríe de historías cortas, escritas hace ni se sabe el tiempo, a espera que me visite la musa...(¿Estará de vacaciones?)

SOLEDAD PRIMERA




Cuando miro hacia el frente la veo, alta, imponente, inmutable. Pasa el tiempo, los años…la miro desde esta ventanilla y podría pintarla si supiera. Conozco cada una de sus aristas, conozco cada una de las suaves ondulaciones de su falda, cada una de las rocas que componen su esplendida corona de piedra, que culmina, allá en lo alto, con una suave alfombra tan verde, como la esperanza que he ido perdiendo con el tiempo.
Sigo subiendo mecida por los vaivenes del coche, girando curvas imposibles y largas cuestas que terminan en curvas imposibles que acaban en largas cuestas.
Mi mente esta tan mareada como mi cuerpo.
Subes buscando la calma.
Subes buscando diversión.
Subes esperando cicatrizar la herida que nunca cura.
Te pierdes entre las esquinas de tu mente y solo hayas la oscuridad en la que te sumes.
Todos te miran, te hablan, como si realmente estuvieras ahí, tú les contestas, les miras, les hablas, como si realmente estuvieras aquí.
Te pierdes entre las curvas del camino, miras por la ventanilla como si nunca antes hubieras visto tanta belleza. Te asombras por cada nuevo árbol, por cada mata que antes no estuviera ahí. Y vas descubriendo el paisaje, año a año, siempre cambiante, siempre inmutable. Las mismas casas, las mismas gentes. Vas descubriendo nuevas casas, nuevas gentes, el mismo paisaje en los pueblos y fuera de ellos.
Y mi pueblo, giras una curva y ves el pico, te sonríes, Subes una cuesta, miras al frente, y ahí esta la fábrica, la primera construcción del pueblo, la señal que te guía y te indica el camino a seguir. Y luego la gasolinera, señal inequívoca de que ya estas aquí. Recuerdas cuando de pequeña venias con tu bici a hinchar las ruegas y el miedo por unos escasos metros de carretera, justo los que te separan ahora del pueblo.
Bajas por la calle esperando ver a alguien, anhelando y al mismo tiempo desdeñando que sea conocido, que tengas que parar y contestar a las mismas preguntas que año tras año te hacen las mismas caras, las mismas gentes. Es todo tan esperado que te permite volver a evadirte, a estar sin estar, a desear llegar a casa, subir al cuarto a deshacer la maleta, a distribuir todo lo que te has traído para pasar estos días, en la soledad de tu cuarto, de la alcoba que solo existe en este alejado rincón de tu vida.
Y llego aquí buscando la calma, a mi oasis particular, donde no importa estar sola por que no hay nadie a quien pueda importarle.
Donde encuentras tu libertad, donde eres tú y tu misma en pleno debate sobre las miserias de la vida, sobre las verdades más absolutas, donde te concedes la tregua y vuelves a ver como lo hacías como cuando solo tenías diez años y te perdías entre los arbustos.
Todo pierde su importancia aquí.
Puesto que estas sola, nadie puede hacerte daño.
Centrada en ti misma y en lo que sientes, puedes sobrevivir durante algún tiempo, perdida entre las ramas en busca de la piedra olvidada, donde la tierra roja te subyuga de tal forma que no puedes evitar tocarla, acariciarla con las manos, sentir sus rocas que se deshacen entre tus dedos en finas lascas por donde se filtra el sol que nos calienta.
Rocas en fases tan antiguas como la roja tierra que las acoge en su seno. Tan formadas con sus cuerpos de prismas, te recuerdan a una clase de niños donde el profesor enseña a sus alumnos la colección de rocas de su colegio.
Pero la maestra es esta tierra arcillosa, con sus vetas. Estas montañas modeladas con los gráciles dedos del tiempo, que las desgasta acentuando su belleza.
Y les forma senos y les forma recovecos como si del cuerpo de una mujer se tratase, dibujando las formas a su merced, creando sus propias aristas que lima una y otra vez, volviéndolas a crear.
Implacable tiempo, que no logras arrancar más que migajas de esta tierra dura, tierra de gente dura, modelada con el tiempo como la tierra en la que viven, en la que crían a sus familias, donde el esfuerzo es la mayor virtud. Gentes secas como la tierra en la crían a su ganado y cultivan sus cosechas, hechas para la tierra donde viven. Y son felices. Es tierra agradecida para quienes cuidan de ella, quienes surcan su suelo, y pisan su tibio lecho.
Gente feliz con lo que tiene, te transmiten su espíritu de tranquilidad, y la certeza de que están en lo cierto, que nada tiene mucha importancia al fin y al cabo, que uno no necesita más que lo tiene a mano y con ello puede hacerse todo un mundo.Un mundo donde vivir en paz dentro de esta tremenda soledad en la que vivo.

No hay comentarios: