03 junio 2008

Sonría, mañana puede ser peor


A veces me dicen que las cosas que escribo siempre son dramáticas, tristes.
Hay veces en que me llaman y me preguntan si estoy bien… “no, es que como has escrito esto en el blog…”


Bueno, es que no soy escritora, no sé escribir sobre algo en concreto, aunque lo intente. Y que me pierdo en divagaciones casi sin darme cuenta, pierdo el hilo, empiezo con las flores y termino con las cabras.


“Voy a escribir una historia de amor…
Pepita pensaba en lo feliz que era [blablabla] (y, sin proponérmelo, termino con algo así) irresistiblemente le dio un bofetón a Luis, dio media vuelta y se alejó dejando atrás el camino del pesar”

Y es que no me sale. No sé, y probablemente no quiera, escribir sobre alegrías. También es verdad que los libros buenroyistas me agobian bastante. Por no hablar de los que acaban bien.

Me resulta muchísimo más fácil escribir sobre angustias, agobios, depresiones, tristezas de toda índole. Aunque personalmente esté en un momento cojonudo.

Supongo que cualquier psicólogo encontrará una razón freudiana para ello. Yo tengo mi propia teoría.

Es una forma de exorcizar mis fantasmas.

De expresar con palabras sentimientos vividos en esa etapa oscura de mi vida.

Es curioso como una mala experiencia te marca de por vida. Claro que, más curioso es como una aprende a que no se la vuelvan a pegar.

Luego está también la manía que tengo de personalizarlo todo. Creo que eso se llama egocentrismo (o yoismo, como quieras), jajá. Empiezo hablando de las nubes y termino hablando de mí.


Por no hablar de la certeza de que la Ley de Murphy es totalmente cierta, “si algo puede salir mal, saldrá mal”.

Y no, no soy pesimista, creo que ya lo había dicho antes, soy realista. A ratos.

Y cuando escribo me encanta destrozar las buenas intenciones. Me encanta joderles la vida a mis personajes. O crearlos ya jodidos.


Es cierto que muchas veces me baso en experiencias reales, propias o ajenas, pero nunca lo hago literalmente. Cojo una anécdota y me invento una historia. Creo un personaje y le inculco un carácter conocido. Copio a una persona y le invento una personalidad.

Nunca creáis a pies juntillas nada de lo que escribo, porque nada es totalmente cierto. Ni totalmente falso.

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