De rodillas sentía el eco de sus tacones rodeándole, el ambiente cargado, las velas, el aroma a jazmín, el sudor y un olor acre, intenso, como de monedas oxidadas, resbalaba por su cuerpo, llenando sus poros y sus pulmones.
Ella lo miraba sentada en el sillón, pensativa aspiraba una calada más de un canuto, liado minutos antes por hábiles manos, un vaso descansaba en la mesita, las gotas caían por el frío cristal, el hielo derritiéndose.
No sabía que hacer, la mente caída en el árido desierto de su consciencia.
El humo ascendía en lentas volutas, rodeándola, rodeándole.
De rodillas esperaba.
Sentada pensaba.
Preguntas.
Preguntas pasando a paso de tortuga por su cabeza.
Sin respuestas.
Lentamente se levantó.
Se acercó al ser arrodillado.
Despacio, sus manos desabrocharon el collar.
El collar cayó al suelo.
El sonido se instaló en la habitación, como si siempre hubiera estado ahí.
Como si estuviera en casa.
Él levantó la cabeza, levantó el cuerpo y la abrazó.
Quizá era lo único que necesitaba.
Él.
Ella.
Dos universos fusionados.
Unidos.
Juntos e indivisibles.