
Ella vivía en un cuarto sin ventanas. En una casa sin puerta. En una finca sin escaleras. En una calle sin principio. Sin final. En una ciudad donde nunca brillaba el sol. En un mundo sin mar, sin lunas, sin estrella.
Vivía dentro de si misma. Moría cada noche para resucitar a la mañana. Vaciada de emociones. Llena de nada. De esa nada pegajosa que se adhiere a la piel.
Miraba con ojos de objetos a las personas. Trataba a su perro como si fuera su compañero. Su hijo. Su padre. Su única salida.
Tenía un trabajo sucio y gris como miles de personas. Tan insignificante que cuando le preguntaban por el, no sabia que decir.
En realidad nunca sabía muy bien que decir de nada.
Se levantaba a la mañana, se daba una fría ducha que no limpiaba su ser, tomaba un café descafeinado que no elevaba su espíritu y salía a pasear a su perro. Su perro, su única conexión a una vida que solo vislumbraba por pequeñas rendijas, tan pequeñas que apenas eran un reflejo en sus gafas de sol. Gafas de sol innecesarias por otro lado. Su mundo era un mundo sin sol.
Caminaba hasta el parque arrastrando sus pequeños pies, con la mirada fija en nada. Entraba en el parque, soltaba a su perro y entonces si, una gran sonrisa iluminaba su cara. Sacaba su pelota, se la lanzaba, corría junto a él… En los minutos que duraba el juego era feliz.
El vivía en un cuarto con una gran terraza. En una casa que siempre tenia la puerta abierta. En el bajo de una finca de dos alturas. En una calle que terminaba en el campo. Y comenzaba en un gran parque. En una ciudad donde siempre lucia el sol. En un mundo de playas, de gran luna y brillantes estrellas.
Vivía por y para ella. Dormía profundamente para despertarse y mirarla. Lleno de ella. Satisfecho de tenerla.
Miraba con sus ojos de perro a las personas. Trataba a su dueña como si fuera su diosa. Su jefa de la manada. Su motivo de vida.
Sus peores momentos eran cundo ella salía a trabajar, dejándolo solo e indefenso.
Por las mañanas, cuando despertaba, se quedaba mirándola hasta que ella habría los ojos. La seguía mientras iba a la ducha, a la cocina. Ansioso por que llegara el momento en que se dirigiera al cajón a coger la correa. Caminaba a su lado moviendo la cola, sin dejar de mirarla hasta que, al llegar, ella soltaba la correa. Él sabía que lo siguiente era ir a por la pelota, corriendo al lado de su dueña. Si, ella era su vida, la razón de su existencia, su felicidad.