04 noviembre 2010

Es un alegato

“[…] «Quieres azotarme», comprende él, mientras desgrana su soliloquio en un susurro.
Recibe los cachetes en los huecos de mayor ruido con una mano yerta; en cambio, con la mano rígida cuando los percibe en las cúspides.
« ¿Y ahora el látigo, desearías? », induce Ella.
Que vendría a restallas en el preámbulo de su raja oculta. Así, como la de un tambor, toda la piel estremecida. Entonces ordena que se levante, y medio se vista, que con una mano se sostenga la falda en la cintura y deje todo lo demás al aire, que se suba a sus pantuflas de pompón y se incline sobre la cama, y que espere, que se hunda, que se hunda la cara y se mantenga a la expectativa, absolutamente inmóvil. Los remeneos penalizarían.


«¿Qué irá a coger, ahora?», dudaba. «¿Me va a…?», se preguntó, pues no quería indagar directamente.
Él seguiría y seguiría con el dedo, mientras era azotado interminablemente.
Una podría pasarse un rato largo levantando la mano y azotando el anca, y en cuanto al motivo que provoca la ira, rebuscar en la historia de la convivencia para retraer de inmediato el recuerdo atroz, el vil desaire.
Pero,
¿Hace falta un motivo para asestar tal suerte de penitencia que descarna la pomposa grupa?
Lo atroz no se recuerda, se fabula, como un pretexto: Es un alegato.
Gradúa la capacidad de envilecimiento. […]”

Fragmento de “Copacabana”

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